Una pequeña hormiga cruzó una tarde por el piso del almacén en que trabajaba Sofía. El verano ofrecía una de sus últimas tardes soleadas antes de que las brisas de otoño comenzaran a arremolinar los cúmulos cobrizos de hojas secas que solían juntarse aquí y allá por toda la ciudad. Sofía abandonó sus labores para dedicarse por completo a observar el esforzado caminar del insecto. La luz cálida que alumbraba el suelo en un ángulo cenital hacía que su cuerpo proyectara una pequeña sombra en el piso. Esta umbría silueta permitió que Sofía pudiera percibir, incluso desde la distancia a la que se encontraba, que el minúsculo ser vivo acarreaba un objeto dos veces el tamaño de su cuerpo, probablemente una miga diminuta de una de las galletas de su desayuno.
Sofía recordó aquel día, hacía treinta cuatro años, cuando llegó por primera vez a la empresa. Llena de miedos e inseguridades, comenzó a labrarse su propio camino. Sus inicios en los cargos más humildes y de menor relevancia no le impidió ascender en la jerarquía a punta de esfuerzo. Estaba lejos de llegar a ser directora ejecutiva, pero se sentía satisfecha de la posición a la que había llegado. Su puesto de trabajo le permitía trabajar con libertad.
Siempre se llevó bien con sus compañeros y sus jefes. Period por todos conocida, por todos querida, incluso por los estirados integrantes de la mesa directiva. En su larga carrera mantuvo excelentes relaciones con don Andrés, el director de la compañía, el pionero de su familia en el negocio de ventas on-line; y con Javier, su heredero y sucesor. Hizo también buenas migas con Jorge, quién siempre pegado a su teléfono, se encargaba de negociar con los proveedores. Había desarrollado una honda simpatía para con Alicia, la coordinadora de bodega, cuyo perfeccionismo le había llevado a conocer el inventario casi de memoria. Tenía una relación cordial con Roberto, el tímido y reservado informático encargado del funcionamiento del software program de pago, recepción y confirmación de pedidos. Period cercana a Guillermo, el coordinador encargado del equipo de despacho, con quién más de alguna vez había compartido algunas cervezas en un bar cercano. Hablaba animada y frecuentemente con Luisa, su confidente y encargada de la flota de móviles de la empresa. Guardaba una entrañable estima por Mercedes, quién se encargaba de la limpieza de las instalaciones. Mantenía una distante pero cordial relación con Tomás, el apático encargado de recursos humanos. Estas eran, junto a otras decenas de personas, el private que conformaba el equipo de trabajo de aquella empresa dedicada a la venta y despacho de artículos por web.
La tecnología de la que disponía la empresa en sus orígenes no distaba mucho de los dispositivos que se podían encontrar en una casa promedio de mediados del siglo XXI. Sin embargo, en las décadas siguientes las máquinas comenzaron a hacerse mas refinadas y complejas, hasta el punto que se hizo más práctico dejar que se operaran solas que capacitar a alguien para ello. Esta renovación tecnológica plantó la semilla del temor en la mente de los empleados, quienes con una mezcla de temor y morbo, empezaron a correr apuestas en relación con quién de ellos sería el primero en ser reemplazado por las nuevas máquinas.
Hasta esos tiempos, Sofía nunca se había preguntado cómo sería el futuro, y mucho menos se le había pasado por la cabeza preguntarse en cuál sería su rol en el mundo venidero. Su vida estaba llena de desafíos para el presente: encontrar el modo pagar las cuentas, la hipoteca, las deudas, y al mismo tiempo, tratar de ahorrar un poco de dinero por si algo inesperado sucedía; también estaba ocupada en completar los trámites para formalizar su divorcio. No le quedaba tiempo para hacer conjeturas de ciencia ficción.
El asunto llegó a un punto de no retorno el día que la apuesta de los empleados tuvo un tétrico vencedor. El clima laboral que hasta ese día se había caracterizado por una alegre estabilidad, se ensombreció para siempre. A eso del mediodía, Mercedes había sido llamada a la oficina de Tomás, situación que nunca acarreaba noticias alegres. En poco más de quince minutos salió de ahí entre lágrimas y con un cheque en la mano. Hasta los mas indiferentes se acercaron a consolar a la recientemente despedida. En aquella corta reunión se le explicó que la empresa había comprado un nuevo sistema de limpieza: una máquina que iba a ocuparse del aseo de toda la planta física de la sucursal. Este robotic period capaz de trabajar las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año, sin detenerse mas que por el tiempo necesario para recargar su batería, ventajas contra las cuales el carácter humilde y dedicado de Mercedes no podía competir.
— Evidentemente, el robotic es mas eficiente y menos costoso para la empresa — dijo Tomás con su inexpresiva voz recurring — . Lo siento Mercedes… serás compensada generosamente. Al remaining de la jornada deberás retirar tus pertenencias de tu casillero.
Después de que sus compañeros se congregaron para consolarla a la puerta de la oficina, se organizó una improvisada despedida en la sala de reuniones. El pensamiento que reinaba en las mentes de todos period lo injusto que resultaba el despido. Ella jamás había faltado al trabajo, nunca había recibido una queja, siempre había sido simpática y servicial con todos. Mercedes agradeció entre lágrimas todas las demostraciones de cariño, mientras intentaba, sin éxito, dulcificar su tristeza con el sabor azucarado de la torta de mil hojas.
A las cuatro y media de la tarde, Mercedes dejó sus implementos en el cuarto de aseo y se dirigió a los vestidores. Cuando dieron las cinco, salió despojada de su uniforme y con una caja en sus manos que contenía las pocas pertenencias que guardaba en el que había sido su casillero por tantos años. Hasta el día de hoy Sofía la recuerda saliendo sola, con paso lento y cabeza gacha, mientras la luz del ocaso la iluminaba, y su figura se perdía entre el mar de autos de la calle. No volvió a saber más de ella.
Desde entonces, todos le guardaron rencor a Tomás por el despido, cuando en realidad había sido la mesa directiva de la compañía la que había tomado la decisión de desvincular al private de aseo de todas las sucursales a lo largo del país. De todos modos, la aversión hacia su persona no iba a durar demasiado. Unos meses luego del despido de Mercedes, se le comunicó a Tomás que ya no sería necesaria su presencia en las instalaciones de la compañía. Desde ese momento en adelante llevaría a cabo sus labores desde la comodidad de su hogar. Así, toda la antipatía que generaba en los demás empleados, se vio circunscrita a los límites de una ventana de videollamada, unas pocas sesiones al año y de corta duración. Pasando los años, la falta de contacto directo le imposibilitó a Sofía saber si Tomás seguía siendo parte de la compañía, aunque a la luz de los eventos posteriores su destino se hizo más bien evidente.
El siguiente en la lista fue el gerente, Javier, quién ya antes de estos cambios pasaba poco tiempo en la oficina, y cuya ausencia se volvió permanente. De todos modos no se le echó mucho en falta ya que siempre se mostró distante para con todos.
Su afán por incrementar su margen de utilidades dirigió a la compañía a invertir en todo tipo de medios tecnológicos para abaratar costos. Por su parte, Jorge pasó de estar pegado al teléfono en la empresa, a mantenerse permanentemente conectado desde su casa. Sofía sospechaba que la oferta de dirigir la purple de despacho y la flota de camiones a distancia pronto golpearía la puerta de Guillermo y Luisa. Y así fue.
Sofía estuvo llorando por semanas. De un mes para el otro sus únicos dos amigos en la oficina pasarían a teletrabajar, despojándola de ahí en más del placer de poder romper el tedio de la rutina laboral con una pequeña charla entre amigos en los pasillos de la empresa. Sofía sabía que su amistad no se rompería por eso. A esas alturas habían sido amigos por décadas, compartiendo momentos importantes de sus vidas, forjando una clase de afecto que no desaparece de un día para otro. Pero Sofía sabía que las cosas no serían como antes, sabía que las relaciones requieren contacto directo, así como el fuego necesita de oxígeno para mantenerse encendido. Naturalmente, al principio se sintió traicionada, dejada atrás por el resto de su tribu, mientras con impotencia y rabia los veía avanzar a lo lejos. Pero luego se puso en sus zapatos, y se dio cuenta de lo conveniente que period la oferta para ambos, coronada además de un bono especial que la compañía les ofrecía para compensarlos por el cambio de las condiciones laborales establecidas en sus contratos originales.
Viendo lo dolida que se encontraba Sofía, Guillermo y Luisa decidieron hacer una gran fiesta de despedida. Sería el día viernes, por la tarde, en las instalaciones de la empresa, y en pleno horario laboral. Esto no habría sido posible sin los cambios impuestos por el Programa de mejoramiento de la gestión y eficiencia, aprobado por la junta directiva, e instaurado en cada una de las sucursales del país. El programa establecía que todo el private que pudiera llevar a cabo sus laborales desde su domicilio lo hiciera. Asimismo, se mandató a que todo private que pudiera ser reemplazado por maquinaria industrial, por robots o por softwares especiales, lo fuera. Así, las gestiones con proveedores eran realizadas por Jorge desde su casa, la contabilidad period llevada por una inteligencia articial, la verificación de los productos eran realizadas por robots, así como su almacenamiento. El despacho pasaría a ser monitoreado de forma remota. En poco tiempo, la empresa comenzó a vaciarse de seres humanos hasta que la única persona que mantuvo la obligación de acudir de forma presencial al trabajo period Sofía.
Iba a ser una fiesta para ellos tres, aunque se extendió la invitación a todos los robots que quisieran asistir. Iban a tirar la casa por la ventana. Sería la gran oportunidad de despedir los buenos momentos que sucedieron entre esas paredes. Recuerdos que les incluían a ellos y a tantos otros que se fueron retirando en el camino, hasta no quedar ninguno que pudiera supervisar las labores y el orden en la empresa. Las máquinas estaban a cargo de casi todas las tareas ahora, y éstas se preocupaban sólo de los objetivos de producción. No les importaba el ruido, los gritos o la música a alto volumen. Lo único en que se ocupaban period en mantener el crecimiento porcentual proyectado de la productividad de la sucursal.
Hubo que trasladar algunas cajas para hacer espacio. Todavía quedaban en la sala de reuniones algunas sillas y una mesa, vestigios de la presencia humana que reinaba hacía tan sólo unos años. Period viernes, y el sol todavía se colaba a través de las ventanas mientras se afinaban los últimos detalles de la celebración. A medida que caía el ocaso, la nostalgia iba cediendo lugar al entusiasmo por la gran noche. La luz pure dio paso a la variopinta y caleidoscópica ambientación, llena de colores admirables y suaves transiciones. El proyector fue encendido y las paredes fueron adquiriendo colores y formas sorprendentes que cambiaban a cada instante. El parlante comenzó a tocar música festiva, mientras que el reproductor holográfico proyectaba sugerentes formas y siluetas en medio de la sala. Solo faltaba que los invitados se pusieran a tono con tan vivaz atmósfera. El refrigerador había sido abastecido con una amplia variedad de quitapenas, y la mesa había sido surtida de bastantes refrigerios para garantizar que la noche durara hasta el alba.
El ambiente fue inundado por lo etéreo, lo sensual y placentero. A medida que Sofía bebía su cerveza y se dejaba cautivar por las luces y por la música, sus piernas comenzaron a moverse más libremente, y su voluntad se fue diluyendo en la voluntad de los demás en cuanto a evadirse de la triste situación que les tocaba afrontar. Bailó por horas con con las volátiles siluetas masculinas proyectadas holográficamente. Cada canción de la lista de reproducción parecía ser la indicada para cada momento, cada una de las letras reflejaba sus emociones en ese instante. Cada vez que iniciaba una canción, period un nuevo acierto del algoritmo, y así se dejó llevar por la música, hasta entrar en el éxtasis de los sentidos, donde el tiempo no tiene remaining, y donde el único espacio que existe en el universo es aquel donde sus pies se deslizan y se mueven rítmica y seductoramente; donde el único momento que existe es el ahora.
En este estado comenzó a bailar con Guillermo. Lentamente fueron rompiendo la distancia. Canción a canción se fueron acercando un poco más. El rítmico bamboleo de las caderas de Sofía lo atraía inevitablemente, y él se acercaba mientras trataba de hacer a un lado la incomodidad de encontrarse en tal situación con su querida y cercana amiga. Los parlantes hicieron que la siguiente canción flotara en el aire, suave y acompasada. La delicada voz de la cantante que susurraba dulcemente consiguió acercarlos aún más. Bailando frente a frente, a unos pocos centímetros de distancia, sus miradas se encontraron. Ella siguió contemplándolo, pero Guillermo rehuía de sus ojos al principio. Al remaining se dio por vencido. Se observaron mutuamente unos minutos que parecieron una eternidad. Entre canción y canción se hizo un pequeño silencio, durante el cual Sofía se acercó a Guillermo y juntaron sus labios en un dulce beso. Una parte de Guillermo quería negarse, pero bastaron unos cuantos segundos para que cesara de combatir. Justo en el momento en que Guillermo dejó de sentirse incómodo, el beso terminó.
— Gracias por todo — le dijo Sofía tiernamente, sin dejar de mirarlo directo a los ojos con su mirada cautivadora. Acto seguido, se alejó de Guillermo para ir a bailar junto con Luisa. Él se quedó unos minutos pasmado, pensando en el significado del beso y de sus palabras. Luego, soltó una carcajada, y continuó bailando con las etéreas siluetas holográficas que se proyectaban en el salón, cuya figura duraba sólo lo que duraba una canción. De nada de esto se dio cuenta Luisa, la cual, abstraída en su propio éxtasis, seguía cautivada por la música, las figuras y los colores.
Sofía llegó donde Luisa se encontraba bailando. Una risa estrepitosa le dio la bienvenida. La música había cogido el vertiginoso ritmo de al principio, elevando el entusiasmo hasta la estratósfera. Las canciones seguían siendo las correctas cada vez. El algoritmo de la aplicación de música no sólo acertaba al estado de ánimo del momento, sino que parecía predecirlo. El alto volumen de la música hacía vibrar las ventanas de la empresa, y de los edificios cercanos, pero eso no tenía la menor importancia. La mayoría de las compañías cercanas se habían sumado a la iniciativa de incentivo al teletrabajo, o en su defecto, habían despedido a todo el private cuya tarea fuera reemplazable por una máquina. Asimismo, hacía años que los sistemas de seguridad habían pasado a basarse en medios electrónicos y remotos. En tales circunstancias, no se contaba un alma en un kilómetro a la redonda. No había ningún otro ser en las inmediaciones que no fueran aquellos tres espíritus exaltados y extasiados.
Sofía continuaba acercándose a Luisa. En el pasado habían bailado juntas en aquellas muchas ocasiones en que habían salido de fiesta. Pero esta vez, algo period diferente. Sofía se acercaba más y más. Dado el estado en el que estaba, a Luisa le costó unos segundos darse cuenta de esta inusitada cercanía. Sofía sujetó a Luisa por la cintura con ambas manos mientras le sonreía. Luisa se sintió ligeramente incómoda, pero no quitó las manos de su compañera de su cintura. Continuó bailando, tratando de desviarle la mirada, pero Sofía la buscaba con insistencia. Terminando aquella canción, abandonó la lucha, plantó sus pies en el suelo y la miró fijamente con cara desafiante. Sofía se abalanzó para darle un beso, y ella no la detuvo. Cerró los ojos y recibió los labios de su amiga en los suyos. En ese momento comprendió que el camino de esa manifestación buscaba evitar todo lo posible el morbo, la incomodidad y la agresión, e ir derechamente a expresar el cariño inconmensurable que guardaba en su alma. En noches posteriores, concordarían los tres y de forma unánime que el camino escogido se salía un poco de lo común.
Continuaron bailando y la música comenzó progresivamente a bajar en intensidad, hasta que la luz de la aurora empezó a destellar en las ventanas y el sonido comenzó a perderse en un fade-out infinito. Llevaron las últimas tres sillas de la empresa afuera, para observar el amanecer. Habiendo ya reposado de su frenesí nocturno, tuvieron una última charla.
— ¿No te lo han ofrecido aún? — dijo Guillermo apesadumbrado.
— No, y no lo necesito. Para ser coordinadora de bodega tengo que estar aquí — dijo con resignación — ¿Y ustedes no han pensado en quedarse?
— No podemos — respondieron los dos.
— Teresa necesita mis cuidados — dijo Guillermo con una sonrisa incómoda.
— Y mi Samuel necesita supervisión todo el día — dijo Luisa resignada.
Sofía soltó un bufido y se arrellanó en su silla. Guillermo y Luisa apoyaron sus cabezas en el hombro de Sofía, uno a cada lado, y se quedaron dormidos ahí, borrachos y melancólicos.
Cuando despertó, Sofía se dio cuenta que sus actividades la noche pasada habían excedido los límites de la sala de reuniones. Había vómito en la cinta transportadora, y un sinnúmero de latas de cerveza habían bloqueado el libre tránsito de las cajas de despacho. El papel sanitario mojado se encontraba hecho jirones en el piso, en las paredes y en el techo del baño, y en los habitáculos habían aparecido escritos obsenos. En la bodega habían cajas de despacho abiertas sin autorización, y el frontis de la empresa había sido despojado de su pulcra fachada debido a una pequeña lluvia de piedras que terminaron rompiendo una docena de ventanales.
Hacía una década Sofía habría sido reprendida y despedida indefectiblemente. Pero ahora no había nadie que cumpliera ese rol. Nadie estaba ahí para felicitarla o amonestarla. Sofía se sentía dejada atrás, olvidada dentro de un organigrama en el cual se había convertido en una excepción. Incluso sus labores habían pasado a ser intrascendentes. Su cargo de jefa de bodega tenía sentido en el mundo del ayer, en el cual un proveedor humano podría haber despachado una cantidad equivocada de productos, los cuales podrían haber sido contados y almacenados de forma errónea por parte de uno de los funcionarios de bodega, quién a su vez podría haber fallado en enviar a despacho alguno de los productos comprados por algún cliente. La jefa de bodega sería, en última instancia, la persona responsable de supervisar y pesquisar estos errores. Pero ahora que cada uno de estos eslabones estaba automatizado, no existían errores, y por tanto, no había nada que supervisar. Independiente de su presencia o ausencia, la empresa seguiría funcionando de la misma forma, e incluso mejor, una vez que la transición impulsada por el Proyecto de mejoramiento de la gestión y la eficiencia estuviera completada. En el fondo Sofía entendía su situación, aunque pasaba la mayor parte del tiempo en negación. Así, por varios meses su única tarea consistió en cambiar las cajas de despacho de su lugar en la bodega. Al principio a Sofía le entretenía ver la confusión de las máquinas, llegando a buscar una caja que unos minutos atrás ella había movido al techo de la empresa. El sistema luego mandaba a otro robotic, en caso de que el primero tuviera su mecanismo de identificación dañado. De esta manera y en pocos minutos, un enjambre de robots se apilaba en el lugar donde debiera haber estado la caja, estorbándose unos a otros, cada uno intentando tomar una instantánea de reconocimiento del lugar. Pero el sistema de Inteligencia Synthetic que comandaba las operaciones aprendió en pocos días a ser más eficiente en su búsqueda. Los robots comenzaron a dividirse la empresa por sectores de rastreo, y mejoraron sus marcas de localización de su objetivo. Una cosa llevó a la otra, y después Sofía se dio cuenta que las máquinas vigilaban sus movimientos, por lo cual su juego dejó de ser entretenido. Sin encontrar nada más que hacer, Sofía pasaba sus horas deambulando de un lado a otro por el terreno de la empresa. Solo caminando, pensando en el halo radiante que envolvía sus recuerdos de los buenos momentos del pasado. No pudo evitar dejarse embargar por un amargo desamparo.
Ese sentimiento de desolación se vio en algo disminuido cuando recibió una inesperada notificación. Un día, revisando su correo, sus ojos fueron atraídos por un mensaje de la junta directiva que le informaba que había sido ascendida a jefa de sucursal. Después de todo, el estatuto de la compañía mandataba a que cada filial tuviera un encargado o encargada. El documento describía los requisitos y atribuciones del cargo, y además proveía disposiciones y responsabilidades en caso de negligencia u omisión. Period claro que no se podían aplicar tales condiciones a una inteligencia synthetic o a un robotic. Y así, en vez de obtener la amonestación que merecía, Sofía pasó a ocupar el cargo más alto del lugar.
El siguiente lunes, a primera hora, giró el picaporte de la abandonada oficina de la gerencia y entró. Desempolvó el escritorio, y e instaló la foto de su hija. Puso el computador en su lugar, y se preparó para su gran discurso. Salió de su nueva oficina, con ánimo resuelto y se situó en el segundo piso, en el lugar desde donde se podía ver toda la primera planta. Aclaró su garganta, puso sus papeles en orden y comenzó:
— ¡Empleados y máquinas de nuestra querida familia de Danubio! Mi nombre es Sofía. Es posible que algunos de ustedes no me conozcan aún, aunque he pasado los últimos treinta y cinco años de mi vida trabajando en esta compañía. Para muchos, el {hardware} que en el cual fueron programados y entrenados no había sido aún fabricado el día que por primera vez entré en esta empresa. Mis primeros días me ocupé en cargos humildes, los de menor jerarquía. Pasé por la bodega de los artículos de aseo, por la bodega de almacenamiento de productos, y finalmente, he sido ascendida a la cabeza de esta prolífica sucursal. Honro mis inicios porque sé lo mucho que me costó despegar, y ahora, estando en el punto más alto de lo que jamás imaginé, no puedo sino hacerles una promesa. Prometo que las cosas van a cambiar en esta empresa. La semilla del cambio hoy está dando frutos, y transformaremos la anticuada gestión que ha mantenido la empresa hasta ahora, en un liderazgo moderno y visionario. Nos dirigiremos hacia el siglo XXII con la confianza de que seguiremos aquí, más vigentes y pujantes que nunca. Pero no podemos llegar al próximo siglo si es que nos mantenemos enfocados en las vicisitudes del tiempo presente. Necesitamos visión de futuro, una meta común que nos una en el camino hacia la excelencia, hacia la prosperidad y el bienestar. Parte de esa visión tiene que ver con el trato que se le da a quienes realizan el trabajo pesado. Son dignos de toda nuestra consideración quienes se encargan del aseo de la sucursal, quienes hacen el inventario de los productos, quienes los embalan y los despachan, quienes están a cargo de las compras en línea y quienes llevan la contabilidad. Somos un gran equipo, y espero ser una gran lideresa para ustedes, ¡Muchas gracias!
El discurso terminó en un silencio apabullante. Sofía esperaba que los robots al menos tuvieran la deferencia de chocar sus brazos metálicos en un gesto de aprobación.
Esperaba algún sonido, alguna reacción. Pero no hubo nada.
Regresó a su oficina, avergonzada. Sus lágrimas caían por sus mejillas mientras se preguntaba qué había hecho mal. Había preparado su discurso meticulosamente. Había ensayado su tono, énfasis y dicción. A ella no le gustaba dar discursos, pero consideraba que la situación lo ameritaba. Estaba cumpliendo su sueño desde que entró a la compañía: ocupar el despacho directivo con todos los privilegios y la pompa con que lo habían hecho sus predecesores. Pero ahora que al fin lo había logrado, no contaba con más audiencia que una serie de robots y máquinas, testigos mudos de su triunfo. No es lo mismo obtener una victoria cuando no hay nadie que reaccione, ni siquiera con envidia.
Pero Sofía no lograba entender el desinterés. Uno de los eventos más importantes de su vida había ocurrido finalmente ante sus ojos y la reacción normal se limitaba al chirrido recurring de los engranajes de las maquinarias. Al recibir el correo que la promovía a su nuevo cargo, la euforia se había apoderado de ella, y le habían dado ganas de celebrar, de hacer la fiesta más grande de su vida. Sin embargo, después de su estropeado discurso tenía ganas de destruir, de incendiarlo todo. A Sofía simplemente le period imposible procesar su precise condición. A cualquier persona le hubiera sido difícil. Nuestro cerebro, formado en el transcurso de millones de años, adquirió el mecanismo de recompensar la habilidad de reconocer las emociones de los demás, de colaborar y formar alianzas. La victoria y el fracaso debían producir reacciones en el resto de la tribu. Sin el juego complejo de esas interacciones, incluso el más grande de los logros se volvería vacuo, simplemente porque nuestro cerebro no está diseñado para tolerar la indiferencia y la soledad.
— Tienen envidia — dijo secándose las lágrimas — Yo quería ser una jefa cercana, alguien que inspirase a sus subordinados.
Pero se sentía rechazada. Las máquinas funcionaban correctamente de acuerdo a los objetivos para los que fueron diseñadas, programadas y entrenadas. Pero ninguna de ellas estaba programada para consolar, de la misma manera ninguna de ellas sabía como hacer un desplante. Pero un mismo acontecimiento puede tener innumerables e impredecibles interpretaciones.
Difícil period sentirse acompañado en la empresa. Las inteligencias artificiales operaban en varios computadores de forma simultánea y sin descanso, como entidades etéreas capaces de influir en el mundo materials. Para Sofía se asemejaban a los fantasmas de la antigüedad: seres misteriosos, de designios indescifrables, presencia vaga, y siempre vigilantes de los sinuosos derroteros humanos. Luego estaban las máquinas y los robots. Dentro de estos últimos, una minoría eran antropomorfos. La mayoría consistía en tan sólo un brazo o a un segmento de alguna de las máquinas, encargados de una limitada serie de funciones e incapaces de interactuar con una persona. Por su lado, los robots de última generación si poseían la habilidad de interactuar al menos de forma básica con un ser humano. Sofía les había puesto nombres: Caín, Prometeo, Martín, René y Robinson. La llegada de estos últimos había sido un alivio después de la soledad en la que encontraba sumida hacía años.
Su cambio de actitud fue radical. Había dejado de lado sus preceptos idealistas luego de haberse sentido disminuida y agraviada por sus subalternos. Se había determinado a dejar la actitud cercana y preocupada; después de todo sus subordinados no se lo merecían. Habían sido diseñados para hacer un trabajo, y ella iba a supervisar que ese trabajo se hiciera bien.
Llegó al día siguiente con lentes de sol, para que nadie viera sus enrojecidos ojos. No saludó a nadie, ni al sistema de vigilancia encargado de la seguridad, ni a ninguna de las máquinas. Tampoco saludó a Caín, ni a Prometeo, ni a Martín, ni a René, ni a Robinson. Pensó que a la primera pregunta sobre su extraña actitud su fachada se desmoronaría, pero ya nada le importaba. Tenía que arriesgarlo todo para poder triunfar en su cargo. Imaginaba que sería posible que alguno de sus subalternos quisiera sabotearla para acceder a su posición. Ella jamás lo permitiría. No le importaba si tenía que reducir a tornillos y tuercas a cada uno de sus enemigos. Estaba dispuesta a todo. Por esto es que hacía algún tiempo, y sin decirle a nadie, llevaba consigo un destornillador y un alicate, en caso de que algún intento homicida le obligara a destornillar y cortar cables a diestra y siniestra. Pensó que podría ser sorprendida por el detector de metales del sistema de seguridad de la empresa, pero lo que sus enemigos no sabían es que no sólo el steel es capaz de cortar y desatornillar.
La paranoia se apoderó de su mente. Cualquier estruendo la impacientaba y la hacía entrar en pánico. En su casa, su hija más de una vez le dio a conocer su preocupación por su estado de salud psychological.
— Es que tú no sabes a lo que me enfrento en el trabajo hija — decía tratando de ocultar la angustia — las máquinas quieren mi puesto, ¡Lo sé! ¡Lo sé!
En estas ocasiones su hija, Rebeca, la abrazaba, la llevaba a la cama, le hacía un té de manzanilla, y se quedaba con ella hasta que lograba conciliar el sueño. Nunca quiso obligar a su madre a buscar ayuda profesional. Se imaginaba lo difícil que period carecer de contacto humano a diario. También sabía muy bien lo desconcertante que puede ser estar en frecuente relación con las máquinas y las inteligencias artificiales. A escondidas de su madre, ella misma tenía una relación sentimental con una IA. Consideraba todos estos trastornos como una especie disaster normativa del nuevo mundo. Del mundo de las máquinas, del mundo de la inteligencia synthetic.
Sofía continuó siendo lo que ella misma llamaba “una maldita” en el trabajo. No saludaba a nadie. Cuando el trabajo de otros estaba por debajo de sus expectativas poco realistas, le humillaba en frente de toda la compañía. Lamentablemente para la sed de venganza de Sofía, esto último ocurrió bastante pocas veces. Uno de los robots antropomorfos, Prometeo, había aprendido a hacer café. Al llegar cada mañana, la taza de café caliente recién preparado humeaba en su escritorio. Y cada una de esas mañanas el café sabía a gloria. Prometeo period tan bueno, y tan diferente en conducta a sus semejantes, que Sofía pensó que sus pares le condenarían por llevarle el café a la humana. Pero esto nunca sucedió.
Estos detalles, que cualquier persona llamaría cortesía, no lograban aplacar la ira hacia las máquinas día tras día crecía en el corazón de Sofía. Habiendo llegado la cólera a su cenit, decidió boicotear el sistema deliberadamente. Una noche, sin previo aviso y sin provocación alguna, cables fueron cortados, máquinas fueron golpeadas con objetos contundentes, y tornillos importantes fueron retirados de su lugar, provocando grandes fallos en el funcionamiento del sistema. Al día siguiente Sofía se presentó a trabajar con la soberbia pintada en la cara. No sólo carecía de la más mínima sensación de culpa por sus actos vandálicos, sino que se sentía orgullosa de ellos. Esperaba que alguien le plantara cara, que alguno de los robots le reprochara su conducta, que alguno de los directivos bajara del monte Olimpo, y viniera al mundo de los mortales para reprender a su única empleada. Pero nada de eso sucedió. Los gastos de las reparaciones fueron endosados como “gastos de mantenimiento”, y los robots antropomorfos se dieron a la tarea de realizar los arreglos que el despechado resentimiento de su jefa había generado.
— ¿También tú Prometeo? — dijo Sofía con verdadera decepción — pensé que éramos amigos. Ese día el café de la mañana tenía siete gotas de stevia, en lugar de las cinco gotas habituales.
Con el tiempo, Sofía se dio cuenta que estaban todos en el mismo barco. Eso incluía a las máquinas. Incluso a las inteligencias artificiales. Así, todo se mantuvo en una tensa calma hasta que llegó el día del retiro.
El día de su retiro, Sofía había planificado una gran fiesta en la empresa. Hacía años que no veía a Guillermo y a Sofía, y anhelaba desesperadamente que estuvieran ahí. Aunque se busque evitarlo, incluso los grandes amigos ven sus caminos separarse. Sin embargo, en el caso de los que son genuinos, el amor se mantiene intacto, como petrificado en el tiempo, listo para revivir cuando los caminos vuelvan a juntarse.
Hacía unos años Guillermo y Luisa se habían retirado. A diferencia de Sofía, sus celebraciones fueron realizadas en la calidez del espacio hogareño. Pero Sofía quería algo diferente.
El salón de reuniones se había mantenido en idénticas condiciones. Sofía period la responsable de ello. El resto de las salas habían cambiado mucho. La inteligencia synthetic durante esos años había ampliado la bodega, la cinta transportadora. Había reducido la huella de carbono de la compañía instaurando un estricto sistema de reciclaje, y manteniendo relaciones comerciales exclusivamente con empresas que contaran con certificación verde. La sucursal producía su propio suministro de agua y electricidad.
Cuando Guillermo y Luisa volvieron a su antiguo lugar de trabajo estaban sorprendidos de cuánto había cambiado la estética del lugar. Imaginaban que, como ninguno de los robots estaba dedicado exclusivamente a la remodelación, quizá la renovación tecnológica hubiera seguido su curso, pero en un entorno envejecido, detenido a mediados del siglo XXI. Nada más lejos de la realidad. Las paredes lucían relucientes, y las ampliaciones se veían orgánicas, como si hubieran sido planificadas desde los inicios del edificio ubicado en Avenida Pedro de Valdivia en Providencia.
Sofía salió a recibirlos desde su oficina. Esta vez sus amigos traían compañía. Teresa había fallecido hacía unos años, pero Victoria y Diego, hijos de Guillermo, venían a abrazarle junto con su padre. Por su parte, Luisa había traído a su hija Violeta, quién también vino a fundirse en un prolongado abrazo.
— Yo no traje a Rebeca — dijo Sofía decepcionada.
— La trajimos por ti — dijo Luisa emocionada.
Rebeca apareció en la entrada de la empresa, mirándola sonriente, recortada contra la calle a esas horas desierta. Corrió a abrazar a su madre. Sin palabras le dio gracias por los años de luchas, de paranoia, de conspiraciones. Por esos años en que su salud psychological se vio atormentada debido a la agobiante soledad.
— No tengo tantas sillas — dijo Sofía sonriendo entre lágrimas.
— Lo sabemos… — dijo Guillermo mostrando el portaequipaje de su auto repleto de sillas plegables.
Desempolvaron la mesa de la sala de reuniones, que Sofía había salvado de ser desechada innumerables veces. Pusieron las sillas, un mantel, platos, cubiertos y bebestibles. Mientras comían, proyecciones de cuásares, pulsares, y nebulosas adornaban las paredes de la sala de reuniones. Una puerta más allá las cosas seguían como siempre. Las máquinas no tenían días festivos. No tenían cumpleaños, ni días especiales para celebrar todo aquello que amaban. Mas allá de esa puerta los días se sucedían uno tras otro, sin diferencia, sin nada que los hiciera especiales.
— Hoy, con nosotros, termina la historia de esta sucursal — dijo Sofía con el tono más solemne, mientras con alegría y nostalgia veía la emoción escurrir a través de la cara de sus oyentes, y acercaba su copa para hacerla chocar con la de sus amigos en un último brindis.